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La guerra no conoce fin. Sus víctimas se cuentan por miles, y cada día que pasa nos hace perder la esperanza... poco a poco. La comida empieza a escasear, y nuestro refugio se está cayendo a cachos. Pero seguimos resistiendo.
Vemos rostros nuevos por la ciudad: los amables en el improvisado mercado o en las casas vecinas, y los hostiles por la noche, con cegadoras linternas y palos y cuchillos.
Buscamos nuevas rutas por las que recorrer las ruinas, incluso bajo tierra, para evitar los disparos de los francotiradores y saquear cualquier cosa que tenga valor. Nunca es mucho.
Pero seguimos resistiendo. No nos queda otra.